El poder de las palabras


Hablar de la sed en la abundancia del agua, 
de los ojos distantes y de los labios mordidos, 
de la sencilla libertad con piel de metáfora.

Os escribo hoy desde mi mesa de trabajo, con un té al lado y la libreta donde apunto esas ideas que no se me deben olvidar al otro. 
Después de una semana de reflexión donde siempre hay cabida para la improvisación y la organización a partes iguales, he concluido que nunca sabemos lo suficiente. Da igual la edad que tengas, las circunstancias que hayas vivido o lo mucho o poco que imagines que ya estás hecha de otra materia. Todo eso queda a un lado cuando de estar vivas se trata. 

Dicen que hay 3 cosas en la vida que no regresan jamás: las palabras, el tiempo y las oportunidades.
Por ello en las próximas semanas os voy a hablar de ello.

Y voy a empezar por las palabras. ¿Cuántas habremos dicho a lo largo de nuestra vida? ¿Cuántas veces hemos dado las gracias sabiendo que lo hacíamos con el corazón? ¿O hemos pedido perdón porque de lo contrario, hubiéramos creado un caos mayor? ¿y cuántas veces hemos dicho una cosa cuando en realidad queríamos decir otra? 

Tagore una vez escribió: "las palabras que salen del corazón, al corazón llegan". Y he estado pensando que hoy en día, con esto de las redes sociales, de WhastApp y demás, escribimos (no todo lo correcto que se debería), pero lo hacemos mucho. Lanzamos muchas palabras, comunicamos y conversamos casi hasta el infinito. Mandamos mensajes de audio que podrían convertirse en podcast. 

Pero, ¿decimos lo que realmente sentimos? 

¿Comunicamos o simplemente llenamos espacios de nuestro tiempo con letras? 

Párate a pensar por unos segundos de lo mucho o poco que hayas hablado hoy, ¿qué has dicho? ¿qué te hubiera gustado decir? ¿qué le ha llegado a la otra persona?

Debemos ser políticamente correctos. ¿Queremos? Yo no. Y sí, es cierto que al vivir en una sociedad, impera el sentido común, aunque no siempre, y decimos lo que los demás querrían escuchar. Da igual que sea con tu familia, con tu pareja, compañeros de trabajo, vecinos o la primera persona que se te cruce por delante.

Callamos tanto que al final, se nos hacen nudos de palabras tan gordos que en un momento dado, estallan. Y otras veces decimos por decir. Y no decimos nada. 

Dicen que los actos hablan por sí solos. Es cierto. Pero la palabra tiene un increíble poder si sabemos usarla bien. Es capaz de unir, de perdonar, de sentir. Las palabras son capaces de transmitirnos infinidad de sensaciones. 

Me he emocionado leyendo mensajes. He reído y llorado. Me han provocado y me han hecho sentir asco. Me han dado ganas de abrazar o todo lo contrario. He querido. Me han dejado indiferente. Me han hecho pensar y replantearme. Todo por las letras. Palabras. 
Bla, bla, bla. 

Podría ir diciendo de verdad lo que siento. O lo que quiero que los demás escuchen. Pero si nos paramos a pensar un sólo instante, en realidad, las palabras tienen tanto poder como el que en ellas va implícito. Es un decreto que sale de nosotros, queramos o no. Se han formado en el fondo de nuestro corazón o de nuestra mente. Y han salido disparadas hacia una, muchas o pocas personas. 

Una bala directa. Para matar o resucitarnos a otra vida. Para abrirnos los ojos o cerrarlos para siempre. O para darnos otra oportunidad. O darla a alguien. Un aliento en esos momentos en los que creíamos que sí, pero no. O no. Una historia que comienza o que se termina. Un personaje que se construye, que vestimos a base de palabras. De las que estamos compuestas nosotros. De las que nos podemos deshacer cuando queramos. De las que nos echan los demás. 

Al final, somos palabras, sí. De las que nos decimos a nosotros y terminamos por creernos. Porque si alguien te dice que puedes, quizás termines por creértelo. Igual que si alguien te dice que nunca lo conseguirás. Quizás termines diciendo que tiene razón. O te armes de valor y demuestres que lo que te dijo, era falso.
Posiblemente te digan que te quieren y no te lo demuestren nunca. O no te lo digan pero lo sepas, porque esas palabras mudas, también están ahí. En forma de silencios, de comas, de puntos.
Te dirán y te dirás tantas palabras como mundos puedas ser capaz de habitar en esta vida. Dependerá de ti elegir, en cuál de ellos quieres anidar. 

No nos olvidemos de las palabras que aún están tatuadas en nuestra piel. De las que a modo de cicatriz al tocarlas nos dicen tanto. Somos diccionarios. Y cuánto nos cuesta abrirnos para que los demás nos lean. Somos tú. Yo. Ellos. Los demás. Nosotros. 

 Disfrutad de lo dicho. Disfrutad del silencio. 

Nos leemos en breve,
I.

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