De promesas y propósitos
Convertid un árbol en leña y podrá arder para vosotros;
pero ya no producirá flores ni frutos.
(Tagore)
Volver. ¿Cuántas veces vamos y regresamos? ¿Cuántas veces nos prometemos cumplir algo y no lo hacemos? Yo creo que ya perdí la cuenta.
Esta navidad, cuando María y yo volvimos a vernos, hablamos de esas letras y proyectos que siempre rondan nuestra cabeza. En parte, surgió la “necesidad” de sentarnos frente al teclado y volver a escribir en nuestros respectivos Blogs (y otros proyectos varios).
Ella retomó el suyo (podéis leerlo haciendo clic aquí), el lunes y yo este viernes. ¡Sí, al final las dos, hemos vuelto! ;)
En estos 17 días que llevamos de este nuevo año, me ha dado tiempo a pensar mucho.
¿Cuántos de los propósitos estáis cumpliendo ya? ¿Cuántos habéis abandonado? No. No te frustres. Somos humanas. Siempre te quedará volver a intentarlo.
Y si estás en ese camino: Enhorabuena! Sigue.
Lo cierto es que yo, en este tiempo he aprendido mucho. ¡Y lo que sé que aún me queda por aprender!
Y como suele suceder, ha pasado de casualidad. Aunque los que me conocen ya saben que yo creo más en las causalidades que en el azar.
Tanto intento por tratar de tener todo plasmado en la agenda y se me olvida en casa. O quizás, mi consciente inconsciente hizo un intento por tratar de enseñarme algo. Y sí, lo he captado. Gracias.
En este tiempo he retomado mi yo más auténtico. Lo había ido escondiendo tanto que casi cuando me he querido dar cuenta, me miraba al espejo y sentía que sí, me echaba de menos. Y no, no tengo que disculparme por ello.
¿Cuántas cosas dejamos de hacer por los demás? ¿Cuántas cosas hacemos por agradar a otros? La lista puede ir creciendo...
Respirar.
Desconectar para los demás, y conectar con una y con quien tu desees. Prometerte no ser infiel a tus principios, a tus gustos e ideas.
Quererte incluso en esos días en los que lo único que te apetece es estar tumbada en la cama y que el resto del mundo esté fuera de cobertura, porque ni siquiera sabes poner nombre a lo que te pasa.
No llegar a todo. Porque no tienes por qué ser perfecta. No tienes que andar poniendo filtros a nada en general y a todo en particular.
Reír. Porque al final si algo tiene que salir, saldrá. Y si no, pues tendremos que arreglarnos como en otras ocasiones hemos hecho.
Y sentir. Porque al final, las pequeñas grandes cosas son las que nos hacen los días diferentes. Disfrutar de un atardecer, una conversación, un reencuentro, una nueva receta o un poema, entre las muchas cosas que por cotidianas, no dejan de ser un regalo.
Hay personas que son más reservadas. Y yo siempre he sido más de expresar, de contar, de vomitar mis cosas sin filtros, en un “suéltalo y a ver que pasa”.
Un libro abierto que puedes interpretar a tu manera. Estoy escrita en cursiva, con ciertas estrofas en braille. Encuentras poemas sin consonancia pero con significado. Puedo ser muchos géneros a la vez, pero novela de lunes a viernes y ensayo los fines de semana. Con muchos puntos pero con dificultad para los finales.
Metáfora pura en cada poro y destello vivo en unos ojos que se sorprenden con cada frase entre líneas.
Estoy hecha de letras, como las canciones sin las que posiblemente, no puedo vivir. En melodía que susurran a mi oido o en libros que acaricio con las yemas de los dedos. Sólo así, siento.
Por eso, hay que tener cuidado con las palabras. Porque los propósitos y las promesas están llenas de ellas. Y no hay mejor definición que la que se cumple sola. Aunque estoy convencida de que aún, me quedan muchas que incorporar a mi escaso pero bien tratado vocabulario.
He vuelto. Estoy aquí. Otra vez.
Feliz finde!
Inma.
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